Espectacular. Maravillosa. Encantadora. Así me pareció esta película.
Debo confesar que hasta hace algún tiempo detestaba las películas animadas. “Ya crecí”, pensaba para mis adentros. Pero gracias a una personita, me di la oportunidad y cambié de opinión.
La primera parte de la película me pareció por demás cierta. El mundo es cruel, egoísta y puede herirnos, pero no por eso nos vamos a encerrar en una torre, ni siquiera metafóricamente hablando. La vida es dura, pero siempre he creído que el amor es la herramienta indispensable.
Y desde mi punto de vista, Rapunzel carecía de él, pues la condenada bruja que se hace pasar por su mamá es más soberbia que nada. Augh! Siempre creía tener la razón, nunca dejaba hablar a la niña, era terroríficamente manipuladora, en fin. Por algo es la mala del cuento.
El animalito que acompaña a Rapunzel es un camaleón divino. Creo que nunca he visto uno en la vida real. Pero si son así, casi primos de la ranita del Sr. Frogs, encantada lo tendría como mascota (bueno, mejor no). Sobre este personaje, se me figuró como el ángel de la guarda, que siempre nos acompaña, nos cuida, “nos sopla”. Muy simpático el amiguito.
Sobre el ladrón, me gustó mucho la escena cuando se sinceran uno con el otro. Creo que cuando se caen las máscaras es cuando nacen las verdaderas amistades. Y entonces no tienes necesidad de decir que el matrimonio es miel sobre hojuelas, que tener un hijo no implica ningún sacrificio, que nunca te sientes sola, en fin. Para mí, cuando te sinceras, abres tu corazón con todos los riesgos que eso conlleva.
He ahí. Quedamos expuestos. Pero es gracias a la aventura de permitirnos amar que nos pasan las cosas buenas, y ok, también las cosas malas. Gajes del oficio (vivir sería el oficio, básicamente).
Confieso que derramé algunas lágrimas (está en mi naturaleza ser cursi) cuando lloran los papás de la princesa perdida antes de prender la linterna. Buh L ¡Qué mala onda que se te pierda un hijo! Ni siquiera me imagino el dolor, la angustia, la ansiedad de saber si vive o no, si está bien o no. De verdad pobre Virgen María, no quiero ni pensar lo que sufrió cuando vio que Jesús llevaba tres días desaparecido. Y ahora dicen que gracias a eso, todas las madres tienen que sufrir la desaparición (afortunadamente esporádica) de sus retoños. ¡Un fuerte buuhh! Y una petición a María para que aparezcan todos esos pequeños.
El final me pareció fenomenal, con un toque de feminismo disfrazado. Entiéndase que ella lo besa primero, pero luego él aclara que fue él quien insistió (y le rogó) para casarse. Me dio risa porque ahora los hombres como que se dan su taco… está bien, nadie los critica (sólo dan un poco de ternura – cuando obviamente no aplica. Si aplica, la ternura la dan las mujeres).
En fin. Amé la película. Me divertí, lloré, me hizo pensar en las luchas internas que usualmente tenemos cuando estamos por emprender algo nuevo que nos da mello (por lo mismo que no sabemos cómo nos va a ir), el engañoso triunfo del mal sobre el bien, y sobre todo, ver que la verdad está ahí, lista para ser descubierta con la ayuda de los que verdaderamente nos aman, quienes no permitirán que nos conformemos con menos.
¡Afortunados los que tenemos una familia que nos quiere y se preocupa por nosotros! (incluida la familia política, como se ve en esta película). Y aún más, los que tenemos con quien compartir nuestros sueños, alegrías y por qué no, tristezas y derrotas. Después de todo, aunque vivamos felices para siempre, siguen existiendo los días buenos y los días llenos de lecciones, que generalmente llamamos malos.
Por cierto, qué bueno que está de moda ser “brunette”. ¡Es mucho más saludable y económico!