En agosto del 2010 me dio gusto leer en el (periódico) Reforma sobre el éxito de una película que hablaba sobre la vida de un sacerdote: “La Última Cima” (www.laultimacima.com).
Desde entonces quería verla, pero nada más no se me hacía porque obviamente las distribuidoras no se la pelean. Pero nuevamente, en una vuelta por Czestochowa, vi que la pasarían el viernes pasado a las 6.
Y allá voy con todo y Roberto, y bueno, me gustó mucho. Les platico: es un documental sobre la vida de Pablo Domínguez, un sacerdote (teólogo, filósofo y profesor) español fallecido en febrero del 2009, cuando descendía de la cumbre del Moncayo junto a su amiga Sara de Jesús Gómez.
El film está hecho por el español Juan Manuel Cotelo, de 40 y tantos años, quien conoció a Pablo meses antes de su muerte. ¿¿Qué huella habrá dejado en él como para –a pesar de tener poco tiempo de conocerlo– hiciera una película sobre su vida??
Como dice el director y guionista, la idea del documental es presentar a Pablo como una persona alegre, un sacerdote del siglo 21, que habla en tu idioma; una persona benedicente (nunca hablaba mal de nadie), atractiva (física, intelectual y espiritualmente), deportista, abierta y sobre todo, muy apegada a Dios.
En mi opinión, una película así –dados los tiempos que vive la iglesia– resulta en verdad reconfortante. Sí, existen sacerdotes incoherentes, pederastas, aburridos, pero también están los convencidos, apasionados y locos por contagiar el amor de Dios. Y pasa lo mismo en todas las profesiones: hay doctores malos, publicistas corruptos, contadores incoherentes, pero siempre hay “ejemplares” positivos, cuyas vidas son dignas de contar (a través de la pantalla, libros o como sea).
El documental está hecho de una manera muy dinámica, tiene sus toques chuscos y recopila testimonios de la gente más cercana al sacerdote: sus papás, su hermana, sus mejores amigos, sus alumnos de San Dámaso... Muestra varias fotos de él y también se incluyen audios. En general, está muy bien hecho.
El mensaje con el que me quedo es: hagas lo que hagas, predica el amor de Dios. Ama al otro como a ti mismo, deja el egoísmo de lado, preócupate y ocúpate de los demás. No importa a qué te dediques, puedes cambiar el mundo si cambias tú primero. Cambia tus actitudes, tu carácter, tu visión, los lentes con los que ves la vida, transfórmate en mensajero del amor de Dios. “Que quienes me ven, te vean, Señor”.
Cuando eso pase, veremos millones de milagros, porque a veces solo necesitamos una persona comprometida con Dios para recordarnos que la integridad, la justicia, la alegría, la humildad, la paciencia, el entusiasmo, las mil y un caras del amor, sí pueden “hacer morada” en una misma persona.
Y, sin duda, será una persona tocada por Dios, que viva por y para Él. Nadie dijo que era fácil, pero sí es posible. Aquí hay un ejemplo :)
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