No
había ido porque no encontraba con quién, pero hoy me lancé sola porque este
era el último fin de semana de Ludwika Paleta, y pues yo la quería ver con
ella, así que bueno, check!
Me
gustó. Del 1 al 10 le daría… ¿7? Quizá 8.
Lo
que más me gustó es el mensaje sobre la belleza física que da. Pero fíjense que
les tengo una noticia: hay una nueva tendencia de regresar a la belleza
interior. Mis últimas entrevistas a estrellas y modelos nacionales e
internacionales (algunas ya se publicaron y otras saldrán en noviembre), ¡todas
coinciden en que lo más importante es la belleza del alma, de la mente, del
corazón! OK, la física es importante, pero me ha dado muchísimo gusto que
cuando les pregunto cuál es su mejor consejo para verse bonitas, nunca me han
dicho que tal o cual crema o así, sino que todas contestan algo “espiritual”.
¡Ha sido una linda sorpresa!
Pero
bueno, en la obra, el meollo del asunto es el siguiente: amigo A (interpretado
por el guapísimo de Arap Bethke) le dice a amigo B (interpretado por un actor muy
talentoso del cual desconozco su nombre –suplemente de Luis Gerardo Méndez) que
la niña nueva del trabajo está guapísima y que tiene una carita de ángel.
Chico
B contesta algo así como: “mi novia tiene una cara normal, pero no la cambiaría
ni por un millón de dólares”. Esto lo escucha la esposa de Chico A, quien
inmediatamente se lo cuenta a la novia (cuasi-esposa, porque viven juntos) de
Chico B, quien reacciona… mmm, ¿cómo decirlo? Como loca demente, digna de
internarla en un manicomio.
Esta
chica, llamada Estefanía (o Stephania, quién sabe porque no me dieron programa),
interpretada por Sophie Alexander-Katz, habla como verdulera/carretonera,
¡vamos!, peor que Polo Polo. Lo peor es que sí conozco niñas que hablan así, y
se oyen taaaan mal. Pero según ellas es bien cool… Eeen fin, then again, cada quien sus cubas.
La
cosa es que, yo no digo que esté padre saber que tu novio te ve ‘normal’, pero
literal se ahoga en un vaso de agua y arma un drama fuera de toda proporción y pues
nada, termina la relación con el novio de cuatro años. Éste le ruega y le pide
perdón, pero ella insiste en que na nais,
que la ofendió demasiado y en lo más profundo. ¡Ay, no mouse mickey!, pero
bueno. La inseguridad no anda en burro.
Con
el tiempo, Estefanía encuentra a un nuevo cuate, quien al tiempo le da anillo
de compromiso. Pero regresa con Pepe (su ex) a decirle que lo ama y que
desearía que la etapa que está a punto de comenzar fuera con él –y no con Kike
(su nuevo amor). Esta escena me sacó un par de lagrimitas, porque no están
ustedes para saberlo ni yo para contarlo, pero en febrero pasado vino mi ex, con
el que duré cuatro años, a decirme que ya tenía ganas de casarse y tener hijos,
y que le hubiera encantado hacerlo conmigo, pero que con la pena, como con la
novia ya llevaba dos años y ni modo de lastimarla, pues se iba a casar con ella
(WTF?).
La
verdad lloré como una semana, hasta que entendí que si no era para mí, no era
para mí. Ahora sí que como dice el dicho: “cuando te toca, te toca. Cuando no,
ni aunque te pongas. Cuando sí, ni aunque te quites”. Así creo que es el amor.
Por
otro lado, estoy leyendo un libro buenísimo que habla mucho sobre las personas
intensas, que NECESITAN –literal– drama en su vida (qué hue… me da esa gente, ¡les
huyo!). En este caso lo que la autora recomienda es buscar parejas más
estables, menos intensas.
Tengo
una amiga que, según yo, éste es su caso. Verán, ella se veía demasiado feliz
con su ex, pero eran como dinamita. La cosa es que cortaron y yo siento que
ella se tranquilizó y dijo: “a ver persona, piensa, ¿qué te conviene?”. Y había
un cuate ya madurito queriendo formar una familia, entonces, como dice otra
amiga, “se juntaron el hambre y la necesidad”… y ya llevan como cinco años
casados. La verdad, siendo súper mega sincera, no se ven hiper enamorados, pero
al menos han formado una bonita familia y se ve que se la pasan bien.
No
le veo nada de malo a eso, pero no estoy segura de que yo sea partidaria de esa
elección. Yo sí creo que el hombre con el que me case me tiene que encantar, lo
tengo que admirar en todos los sentidos y requisito básico: tenemos que sacar
lo mejor el uno del otro y crecer juntos.
Volviendo
a la obra y al chico A, que creo que se llama Ricardo (o Rich), pues clásico:
lo que tiene de guapo lo tiene de patán. Entonces es un pone-cuernos cínico y
despiadado. Pero al final se entiende que cada quien siembra lo que cosecha.
Ahora,
el papel de Lucía (“Lu”), interpretado por Ludwika, es el de la niña bonita que
no está tan feliz de serlo. Yo debo decir algo aquí. Recuerdo que en secundaria
unas amigas y yo nos juntábamos a platicar sobre el destino de esta otra amiga.
“¡Es que es taaaan fea la pobre, nunca NUNCA se va a casar! Qué horror, ¿qué
vamos a hacer, cómo la ayudamos?”. Siguiente escena (ok, unos diez años
después), no sólo fue la primera en casarse, sino que el esposo LA ADORA. Para
él, mi amiga es la mujer más guapa y talentosa del planeta Tierra. Se ven
rayados, enamorados, felices; tienen una hija y de verdad les digo que es el
mejor esposo que conozco. Así que esa frase de que “la suerte de la fea la
bonita la desea”, en mi experiencia ha resultado ser bastante cierta.
Por
otro lado, Chris Angel (cuyo show en Las Vegas cero nos recomendaron, por eso
no fuimos) alguna vez dijo que “la pu… de un hombre era la princesa de otro”.
Dicho en palabras de la actriz de la obra o de mi queridísimo doctor Luis Román:
“detrás de una chava guapísima, hay un güey cansado de cogérsela”. Se oye
horrible, I know, una disculpa, pero
así lo dijeron, ¿qué hago?
La
cosa es que el monólogo que se avienta “Lucía” me gustó porque admite que
muchas veces la belleza física (linda cara+buen cuerpo) le ha abierto muchas puertas,
pero cerrado otras, por lo cual ser extremadamente bonita tampoco es la panacea
o lo máximo en la vida. Cierto que tampoco lo es ser fea. Pregúntenles a las
niñas que sufren de bullying por ser
gordas o narizonas o súper altas o “muy” lo que sea (flaca, chaparra, cegatona).
Pero
ser preciosa no es garantía de nada: no es sinónimo de éxito, felicidad, abundancia,
salud. Es sólo el resultado de un buen mix de genes… lo cual intimida –más que
invitar– a la gente a acercarse. Además también estamos súper prejuiciados al
respecto: “se cree mil”, “seguro es tontísima”, “ha de tener aire en la cabeza”,
“seguramente es hiper sangrona”, “es inalcanzable” (eso recientemente lo dijo
Jennifer Aniston en una entrevista); o si la ascienden en el trabajo: “ooobvio
se acostó con el jefe”. Mmmhh, ¿yo me pregunto si ése que habla no es un ego
herido y amenazado? Al final ser bonita no es garantía de tener una relación de
pareja padre ni mucho menos. Ser fea tampoco. Lo único que sí, creo yo, es ser “interesante”.
Sea como sea que nos veamos, tenemos que aprender a “seducir” a los demás con
la inteligencia, la bondad, la generosidad, la alegría, una actitud tipo Vince
Vaughn en “The Internship”, y sobre todo, un buen corazón. Porque por más
bonitos que estemos por fuera, si somos ‘un hígado’, no habrá quien nos
aguante. ¿Quién quiere ser amigo o casarse con un maniquí insoportable o hueco?
Certainly not me.
Lo
mejor viene de adentro, ¡todo se refleja! La belleza interna se proyecta y
hasta la gente que no es tan bonita de repente brilla cañón, mucho más que
alguien en teoría encaja mejor en los estándares de belleza que tenemos actualmente
(el típico 90-60-90, etc.). Nada más que estamos necios en creer que entre más
delgados, blancos, güeros y no sé qué tantas cosas seamos, más posibilidades
tenemos de triunfar y ser felices #nooot.
Cierto
que es recomendable quererse y actuar en consecuencia (comer y dormir bien, hacer
ejercicio, tener pensamientos positivos), pero las razones para ser bonitas
deberían ser la salud, la sana autoestima y la seguridad personal que nos ayude
a alcanzar nuestras metas; no el deseo de causar envidia, buscar la aceptación
de los demás o la vanidad llevada a grados absurdos, porque cuando es así el
ego ya ganó de todas, todas. Y yo no creo que una vida vivida desde el ego sea
auténticamente padre. La verdad no.
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