Este libro me encantó por tres cosas:
1) Tiene
un final inesperado. 2) Su misión es dar esperanza.
3) Nos muestra por qué no podemos juzgar a los demás.
Albom tiene un gran talento (no por nada todos sus
libros son #1 New York Times Bestseller) y para mí consiste en que sabe
entrelazar historias de manera única dándoles giros verdaderamente inesperados,
lo cual me fascina porque, por lo menos yo, me súper pico y no puedo
parar. O según yo quiero hacer trampa y empiezo a ver los renglones de abajo, pero nada... ¡hay que leerlo todo para conectarse!
El segundo y tercer punto van muy de la mano, pero en
general sólo quisiera reparar en el daño que nos hace juzgar a los demás. Como
dice el dicho: “el fondo de la olla sólo la cuchara lo conoce”. A veces por un hecho tachamos a la gente de cosas
negativas, cuando en realidad quizá su verdadera intención era distinta a los
resultados o bien, no tienen la conciencia para identificar que su acción
lastima al otro. Siempre de cada historia hay dos versiones, hay que aprender a
escuchar ambas, y si por algo no podemos, al menos no juzgar y perdonar,
disculpar, que literal quiere decir “quitar culpas”. Cuando lo hacemos, los más
beneficiados ¡somos nosotros! Osea que hasta nos conviene.
Otro toque que disfruté mucho de este libro en particular fue la
historia del teléfono; cómo Alexander Bell lo creó en su mente y luego en la materia, y la forma en la que tuvo que defender la patente, pues lo
demandaron –nada menos y nada más que– ¡¡600 veces!! Además, ¿sabían que las
primeras palabras que se dijeron por este medio fueron: “come here, I want to
see you”. Y finalmente es lo que queremos decir cuando le hablamos a alguien. Piénselo,
¡es real!
Last but not least, a todos los que hemos perdido un ser
querido les digo que debemos estar contentos por la certeza que nos dan la fe y
la esperanza de que están en un mejor lugar, lleno de amor. Desde el cielo nos
ven, cuidan y procuran, incluso nos pueden aconsejar. Cumplieron su misión, no importa si les tomó 1 minuto o
100 años, su alma vino, hizo su tarea y regresó a la luz, a Dios. Como dijo el
Papa JPII (¡Santo JPII!), regresaron a la casa del Padre. ¿Y acaso hay un mejor
lugar? I didn't think so.
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