***** En un mundo en el que el maestro ya no posee el oráculo de la verdad, existe la necesidad de adaptarse. La información ahora es abierta y los alumnos tienen acceso a ella a través de internet, el celular u otras herramientas. ¿Debe el maestro desaparecer? ¿Es hoy en día inútil su labor? ¡No! Pero ahora debe fungir como guía, orientador y facilitador. Un profesor multidimensional, que igual enseñe que aprenda.
Me acuerdo perfecto. Mi papá nos llevó, entramos a un salón de clases y los alumnos, en lugar de poner atención, se dedicaron a consentirnos. Nos regalaron krankys, paletas payaso y nos chulearon mucho. Más o menos me acuerdo que mi papá dijo algo (osea, dio su clase), en lo que Mario y yo nos asomábamos a la ventana a ver los jardínes. Curiosamente eran los jardínes de la Universidad Anáhuac, donde estudiamos los dos, osea que esta experiencia de que nos marcó, nos marcó.
A mi tío Japo mucha gente le dice “maestro”. De grande (literal hace seis años) supe que era porque tiene maestría, pero como fue secretario de educación, pues yo pensaba que era porque daba clases. La que sí es maestra por todas las de la ley es mi tía Norma. Ella sí estudió en la Normal (cualquier cosa que eso signifique).
De cualquier forma, yo quedé vacunada para dar clases... hasta que leí este libro. La verdad es que en mi paso por el ICO y la Anáhuac conocí mucha –demasiada– gente mediocre. Nunca entendí porque teniendo la oportunidad de estudiar, no sólo no la aprovechaban, sino que se quejaban (y se “volaban” las clases).
Desde que tengo uso de razón, mi papá decía que estudiar era nuestra única responsabilidad. Por eso nunca quiso que trabajáramos, porque sentía que descuidaríamos los estudios. ¡Qué afortunados fuimos! Y la verdad siento que Mario y yo estuvimos a la altura (jaja), pues fuimos excelentes estudiantes, a lo mejor no de puros 10, pero nunca dimos problemas y, por lo menos yo, nunca supe lo que era un extraordinario.
De cualquier manera tanto compañero poquitero me vacunó. Siempre pensaba: “si fuera la maestra, le diría....” o “uy, si a mí me hablara así, ya l@ hubiera...”. Digamos que me salía el instinto violento.
Pero este libro llegó y lo tuve que leer (por múltiples razones que no publicaré porque digamos que no fueron del todo placenteras) ¡¡¡y me encantó!!!! Nada más les digo que cuando lo terminé de leer, pensé: ¿y si me animo? And be careful what you wish for!!! Al día siguiente tenía un mensajito preguntándome si me gustaría dar clases ¡¡en la Anáhuac!! Hoy tengo una comida justo para afinar detalles, jaja.
¿De qué se trata? Pues de que el maestro, en la época digital, ya no es el gurú poseedor de la verdad. Hoy en día la mayoría de los alumnos tiene acceso a internet y así de fácil tiene igual o más información que el titular de la clase.
¿Entonces qué pasa? ¿Deberían de desaparecer los maestros? ¡No! Pero ahora su rol es distinto. No es el del inquisidor, sino el de guía, orientador, facilitador del conocimiento. Sí, hay muchas herramientas, pero nada sería mejor que el maestro enseñara cuáles, cómo, cuándo, dónde y por qué usarlas.
Para ello requiere una buena dosis de humildad: para aceptar que terminó la era en la que se paraba frente al salón y lo que decía era ley, y que nadie se atreviera a cuestionarlo, y para saber que un alumno puede saber más, pero que eso no demerita su trabajo si lo sabe aprovechar; si no lo ve como enemigo, sino como aliado.
El libro empieza con un diagnóstico de quién es México en el mundo educativo. Las estadísticas de ese capítulo –literal– casi me hacen llorar. Estamos más allá del hoyo. Pero bueno. No me quiero poner dramática.
Luego describe a los maestros (por vocación, no obligación) y a los estudiantes del siglo 21. Habla después sobre la Generación Mis Medios, la Sociedad del Conocimiento, el Conductismo vs. Contructivismo, el Perfil Docente y las Competencias Docentes del Siglo 21. ¡¡Súper interesante!!
Mención aparte merece el capítulo con la entrevista a Howard Gardner. Me encantó y creo que sería increíble que en las escuelas enseñaran de acuerdo a tu talento. No todos somos iguales: algunos aprendemos mejor con palabras (inteligencia lingüística-verbal), otros con números (inteligencia lógica-matemática), unos más con gráficos o dibujos (inteligencia espacial). Hay quienes son muy buenos para la danza, el deporte o las manualidades (inteligencia corporal kinestésica) o aprenden mejor con música (inteligencia musical). Quizá eres muy buen@ entendiendo a la gente (inteligencia interpesonal), entendiéndote a ti mism@ (inteligencia intrapersonal) o bien, entendiendo a la naturaleza (inteligencia naturalista).
Y está bien. ¡Y gracias a Dios! Porque gracias a que todos somos diferentes es que podemos tener –en el salón de clases y en el mundo– gente apasionada por el periodismo, las cuentas, el deporte, la música, la docencia, la psicología o la ecología, por poner algunos ejemplos :) Eso sí, todos debemos ser inteligentes emocionalmente porque si no la vida nos vive y no al revés, como debería ser.
Finalmente, José Pedro Landaverde y Leonardo Kourchenko concluyen en que si no nos ponemos las pilas, México no va a crecer jamás. México somos los niños, los jóvenes, cuyos formadores están en las aulas (maestros del sindicato, ¡ya estuvo bueno de grillas! ¿quieren enseñar o no? déjense de rollos que dañan tanto al país).
Claro que a la persona se le forma y educa en la casa, pero la escuela no puede rechazar ni negar este rol, que también le corresponde y en el cual influye en un gran porcentaje.
Si dan clases o les gustaría hacerlo en algún momento, lean este libro. Es un must. Nada más les digo que si yo fuera secretaria de educación lo haría obligatorio y organizaría talleres para que los maestros más reacios al cambio (que no precisamente tienen que ser los más viejitos) vivieran la experiencia de ser un profesor multidimensional (a quienes ya lo son, ¡un aplauso!). Se requiere de un gran esfuerzo, pero estoy segura que la satisfacción será aún más grande.
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