miércoles, 12 de marzo de 2014

Carrera Día de la Familia

Muy madrugadores y felices. Nos preparamos y pronto estamos listos para correr nuestra segunda carrera de 10K juntos. Salimos de la casa rumbo al metro Insurgentes. "¿Por qué hay tanta gente afuera"?, pregunta mi Gus. "Pa’ saber", pienso yo. Dos minutos después nos enteramos: ¡el metro está cerrado! "Pppffff, ¿y ahora?", dice mi pinwino; "pues a correr hacia Reforma y luego vemos", respondo yo. 

Lo bueno de nosotros –y una de las cosas por las que ‘nos hemos hallado’ tan bien en estos cinco meses– es porque tanto el Gus como yo somos personas de retos. No digo que nos encanten (es más a gusto que todo fluya), pero no somos nada pesimistas ni negativos. Así que ahí vamos, trotando hacia la avenida más linda del DF. 
Se nos pasa un taxi, pero pescamos el siguiente. Nos dice que nos cobra $30 hasta donde llegue (mmhh), pero no cuenta con nuestra astucia de sabernos atajos para llevar a cabo nuestro plan, que es llegar a Polanco (al hotel Presidente) y de ahí cruzarnos al Auditorio Nacional, donde está la salida.

Al llegar al hotel le pago con uno de $100 y no trae cambio. Pienso que dejarle 70 pesos más es mucho y corro al Seven-Eleven que nos quedó enfrente para ‘romper’ el billete (como dice una amiga).
El cajero me lo cambia por dos de $50 y varios muchachos madrugadores me van cambiando más y más, hasta que tengo $30 pesos cash. ¡Yei!

Corro al taxi, le doy el dinero y pegamos carrera. Le digo al Gus que la actitud del taxista me puso de malas pero que se me olvidó con la buena vibra de los chicos amables de la tienda. Él me explica que están en su derecho de ponerse los moños porque hay gente mañosa que luego les quiere pagar raits de $20 pesos con billetes de $500. Ya si le sumamos pues sí salen perdiendo, ¿no? En fin. Como en todo, pagan justos por pecadores.

Corremos como si fuéramos a recibir herencia, pero no nos dejan integrarnos al carril de corredores. Son 6:57, ¡no puedo creer que lo logramos! Bueno, caaaasi. Estamos a 30 cm.

Para nuestra buena fortuna, alguien gritón le explica al guardia que no se va a atravesar, sino que va a correr 10K. “¡Nosotros también!”, digo y púmbale, nos metemos luego luego. Somos ágiles (y humildes, jaja). Terminamos de calentar y medio estirar, el Gus prepara su iPhone y yo mi iPod (sí pifa, pero quedó todo cucho desde que se mojó en la Carrera de Sport City).

Olvidé mencionar que mientras corríamos del taxi al Auditorio rezamos un Padre Nuestro y un Ave María. La realidad es que en nuestra tierna juventud (bueno, ni tanto) fuimos un tanto ‘mochos’ y algo se nos quedó. Pero además la carrera la estamos ofreciendo por dos cosas: nuestras familias y nuestra futura familia. ¿Así o más cursis, verdad? But we don’t care. Como siempre he dicho, el amor hace nuevas todas las cosas… y participar en las carreras con nuestro “+1” es una más de ellas.

Pasada la angustia del llegar o no llegar a tiempo, el Gus acepta tomarnos una #selfie (elegida por el diccionario Oxford de la Lengua Inglesa como ‘palabra del año’). Smile! 

Y aaaaarrrraaancan.

Como no somos siameses, el Gus me deja atrás más pronto que tarde. Yo voy a mi ritmo. “No entrené nada, lo hago por el gusto de hacerlo, porque tengo piernitas y un poco de condición”, pienso para mis adentros. “Un, dos, un dos… ¡qué frío! Un, dos, un dos… ¿por qué ahora las carreras empiezan a las 7 am. ¡Antes eran a las 8! Una hora es una hora… Un, dos, un, dos. ¡Wow, mis respetos! En silla de ruedas y va más rápido que yo. ¿Será considerado racismo si le aplaudo? Pero le quiero aplaudir… Un, dos, un, dos. A ver si veo al Gus de venida. Un, dos, un, dos. ¿Será que nuestra familia será de 3, 4 o 5? Un, dos, un, dos. Bueno, en el inter la ofrezco por la salud de mi papá, la alegría de mi mamá, la realización de mi hermano, la felicidad de mi cuñada, la salud de mi suegra, la plenitud de mi suegro, la paz de mi segunda suegra, y el gozo de todos sus perrijos: el Max, la Bola, la Motza, el Mateo. Un, dos, un, dos. Creo que neta sí vengo súper lento, ¿qué pex?... Pues ni pex. Un, dos, un, dos”.

Veo la meta. Me apresuro pero un gordito que viene caminando –literal– impide mi entrada triunfal. Me tengo que desviar para no llegarle como carro por atrás. “Assshhh”, me dan ganas de susurrarle, pero no me sentiría bien de agredirlo. Después de todo, la onda de las carreras es ser buena vibra. ¡Ya ni modo! Pero vean qué chafa mi foto de la llegada, ¡ni me veo! #aípalaotra



El Gusi y yo habíamos quedado de vernos al pie de la luna que está en la explanada. No hay acceso, pero nos reencontramos muy cerquita d ahí. Meeting point! “¡¿Cómo te fue, amor?!” Ya saben, cursis y enamorados, intercambiamos experiencias. Selfie por aquí, selfie por acá, ¡y váaamonos! Está aaatttasscaaado de gente, y como nos engentamos fácilmente, decidimos irnos a casa. ¿La rifa? ¡Ñaaa! ¡Hace sueño!

Después de nuestra rigurosa foto del recuerdo (para la cual yo traía otros $50 pesos), tomamos el metro. Cof, cof, cof. “Auch, mi pecho”, expreso –o bueno, me quejo más bien). Rico baño calientito, deli desayuno calientito, camita con cobijas calientitas, ¡mmm! Can’t wait! Se me cierran los ojitos, pero la tos no cede. ¡Qué lata!

La historia terminó en una inyección una semana después. El diagnóstico: enfriamiento en las vías respiratorias. ¡Buh! Pero bueno, eso y unas pastillas, según yo ya estoy del otro lado. Lo único malo es que el sábado no pude correr los 6K del Split de Adidas, ¡qué pena mi caso! Pero primero la salud, ahora –a mis 32– lo entiendo y lo procuro a toooda costa.

Agradezco a Dios la oportunidad de correr, pero más aún de poder hacerlo de la mano (figurativamente) del hombre que amo y adoro, y que es perfecto para mí. ¡Gracias, Gusi, porque juntos somos in-ven-ci-bles!, y vamos por más :) ¡Mucho más!

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