Siempre he pensado que los peores sentimientos del ser humano empiezan con “i”: indiferencia, impotencia, infelicidad, infidelidad. Pero la culpa también está cañona. Después del miedo, me atrevería a decir que es el segundo sentimiento más frecuente que sentimos cuando algo sale mal (o no sale como queríamos, que para nosotros casi siempre es lo mismo, aunque no sea así).
Creo
que esto pasa porque solemos confiar poco en Dios. Andamos peleándonos el
volante todo el tiempo, en lugar de que el chofer (osea Dios) maneje a gusto y
en paz. La mayoría de las veces creemos que sabemos lo que queremos, cómo y
cuándo, cuando la realidad es que no tenemos ni idea porque nuestra visión es
limitada.
Esta
película habla sobre la culpa y la muerte. Yo tengo la fortuna, debo decirlo,
de no conocer (toco madera) el dolor que causa la pérdida de un ser querido. Mi
tío Quiqui nada más, pero aunque lo adoraba, no era como que lo veía diario
(vivía en San Francisco). Mi papá, mi mamá y mi hermano están vivitos y
coleando (gracias a Dios), y sólo tengo una abuela, quien para acabarla me
demuestra el .5% del (según yo) poco amor que me tiene. Anyways.
En
la movie, el guapisisísisisisimo de Zac Efron (Charlie St. Cloud) desobedece a
su madre (tíiiipico) y tiene un accidente automovilístico, en el que muere su
hermano menor, Sam. OBVIAMENTE le queda una culpa del tamaño del planeta y actúa
en consecuencia: pierde la beca para estudiar en Stanford, deja de velear, que
era su pasión en la vida; digamos que a partir del accidente se dedica a estar
muerto en vida, nada más cuidando el cementerio de la ciudad, que es donde está
enterrado su hermano.
Cosa
curiosa es que lo ve todos los días. Dios le da ese ¿don? y diariamente
practican beisbol porque es un acuerdo al que llegan después de prometerse que
nunca se olvidarán uno del otro. Así pasan muuuucho años, muchos. Hasta que
Charlie encuentra el amor y falla una tarde a la cita con su hermano. Entonces éste
se entristece, bueno, de hecho los dos lloran, pero me asombró mucho que es
hasta ese momento que Sam ve la luz y se va al cielo.
Es
decir, mientras Charlie tuvo culpa y no soltaba (del verbo “let go”), su
hermanito seguía “atado” a la Tierra. No podía trascender. Cuando Charlie, por
voluntad y un poco también las circunstancias, lo deja ir, Sam se libera y
hasta lo ayuda con una tarea importantísima. Es decir, le es más “útil” allá
que aquí.
El
mensaje, según entendí, es que por más que nos pese, nos duela y nos lastime,
tenemos que “dejar ir”. Repito, a mí no se me ha muerto nadie, por lo tanto
quizá haya alguien que no esté de acuerdo. Me imagino y sé por experiencias
ajenas que es difícil, complicado, duro, que cuesta mucho trabajo, que requiere
voluntad, que hay días que parece imposible, pero me parece que entre aferrarse
y fluir, en la segunda opción hay mucho más amor. En la primera hay miedo,
culpa, coraje, duda… En la segunda hay confianza, gratitud, fe, esperanza y
amor.
*** Sólo
quiero aclarar que fluir no significa olvidar. Claro está que nadie se va a
olvidar JAMÁS, así pasen 50 años, de su mamá, de su papá o de su herman@. A lo
que me refiero es a verdaderamente creer que esa personita está en un lugar
mucho mejor y que desde allá nos bendice y ayuda, y que intercede por nosotros
toooodo el tiempo.
Otro
mensaje fue cuando Charlie se topa con el paramédico que le salvó la vida años
antes. Es mucha la tristeza de éste cuando se da cuenta que Charlie no ha hecho
nada con su vida, que se la ha pasado lamentándose, estancado… Y le dice “tú no
te moriste y por algo fue así”. Pero Charlie dice “pues como si me hubiera
muerto”. La falta de fe es canija...
La
cosa es que cuando el paramédico se muere (de cáncer), le hereda su medallita
de San Judas Tadeo. Y es la medalla la que en parte ayuda a Charlie a
encontrarle nuevamente sentido a la vida. En este caso está representado en el
amor a Tess, una chava que se encuentra entre la vida y la muerte. Él decide
(afortunadamente) apostarle a salvar a alguien vivo a seguir la relación con un
muerto (con todo y que es su hermano), que al final del día estará mejor “del
otro lado”.
Eso
es lo importante, creo. Aprender a confiar, a dejar ir, a fluir, a aceptar y a
amar. Y en todos los sentidos, no sólo en cuanto a la muerte. Que renunciamos o
nos corrieron de un trabajo, ¡pues el que sigue! Que el/la novio/a nos cortó, ¡pues
él/ella se la pierde! Que nos traicionaron, nos vieron la cara, nos abusaron,
¡hay que aprender la lección, perdonar y seguir adelante!, que hoy me porté
terrible, ¡pues mañana corrijo y me porto mejor! El mar Muerto está muerto (literal
no tiene vida animal ni vegetal) porque no fluye; todo se le queda y ahí se
pudre (ew). Nosotros tenemos la inteligencia, la voluntad y la libertad para
elegir ser ríos que lleven al mar (osea Dios), no charcos estancados.
We have to learn to let go, because (like the slogan
of the film says) LIFE IS FOR LIVING.
pd.
¿qué tal la traducción tan exacta del título de la película, eh? (jijijijiji) Los
encargados de esa tarea no dejan de sorprenderme. Aunque ni modo que le
pusieran Carlos San Nube, creo que se oye peor, ¡ja!