miércoles, 4 de abril de 2012

Diario del Infierno de Almoloya

Por un momento, imaginemos que este libro está escrito por un preso –y no precisamente por Raúl Salinas de Gortari– ya que en los últimos días me he dado cuenta que no es santo de devoción de mucha gente... 
Pensemos, por solo un instante, que lo que se narra en "Diario del Infierno de Almoloya" es lo que viven –sufren, padecen– cientos (quizá miles) de inocentes, que, al igual que él, desde el principio del proceso son tratados como culpables y no como inocentes, como dicta la ley.  
Desde que tengo 15 años amo regalar libros. El 95% primero los leo, no me gusta regalar algo que no sé cómo está, pero admito que he hecho algunas excepciones.
Anyways, para mí un libro es una joya, algo que llega cuando tiene que llegar para dejarnos lo que tiene que aportarnos en ese momento. Así que agradezco al ingeniero Raúl haberme enviado una copia de sus dos libros.
Dicho esto, quiero compartirles que hace algunos años me di cuenta de una casualidad: los peores sentimientos del ser humano empiezan con "i". Impotencia, injusticia, incompresión, indiferencia. Todos éstos los sintió Salinas durante su encierro. No puedo pensar en cosa peor.
El libro me recordó mucho al documental "Presunto Culpable". Todavía recuerdo la ansiedad que me causó ver esa película. OMG. Todo el tiempo que duró fue imposible relajarme, ni siquiera podía pegar la espalda al asiento... 
La realidad de que el sistema judicial mexicano es una porquería es algo que se hace tangible todos los días. Lo podemos constatar en los casos (recientes) de Florence Cassez y el asesino de Fernando Martí.
Por otro lado, qué rabia da ver a tantos y tantos políticos y criminales (pareciera que son sinónimos, pero la Real Academia de la Lengua todavía no lo confirma) que viven en la impunidad absoluta.
Ah, eso sí, que a un borracho no se le ocurra robarse un foco del súper porque entonces sí sentirá todo el rigor de la ley; una ley que los poderosos se pasan por el arco del triunfo con la mayor tranquilidad.
Cuando comenzó todo esto de Salinas, yo era una adolescente. Mentiría si dijera que leía el periódico (a menos que cuente el suplemento de sociales, pero no creo). De hecho en el primer semestre de 1995, yo estaba estudiando en Overbrook. Claro que el ingeniero duró 10 anos en la cárcel, por lo tanto, por supuesto que me acuerdo de la Paca (seriously PGR??), de Chapa Bezanilla, Lozano Gracia... pero era bastante impersonal el asunto. 
Esto cambió hace poco, cuando me lo encontré (a Salinas) en un evento. Me pareció una persona bondadosa, humilde, accesible, amable, cálida... así que me animé y me presenté. Le mandé por correo unas fotos que había tomado el fotógrafo de la revista para la que trabajo, y como agradecimiento, me envió sus dos libros.
El primero de ellos lo leí en dos horas. Estaba demasiado picada, aunque confieso que cuando iba en la página 50 me empecé a sentir mal. ¿Cómo pudo sobrevivir tanto tiempo en Almoloya? ¿De dónde –si no de Dios– puede el ser humano sacar fuerza para sobrevivir a tanto sufrimiento (que es opcional), a tanto dolor (que es inevitable)?
De este libro me quedé con grandes mensajes, brevemente expongo cinco:
1. La Biblia debería ser nuestro libro de cabecera (en las buenas y en las malas, no sólo en las negras)
2. El arte salva, cura el alma; es una ventana para que lo más profundo de nosotros aflore. Puede ser a través del baile, el canto, la pintura, la música, la escultura, la actuación, la literatura, lo que sea. Hay que tener arte alrededor de nosotros todos los días.
3. Escribir es terapia; leer, enriquece en todos sentidos.
4. Dios aprieta pero no ahorca (con algunas personas medio que se le pasa la mano, pero no es en mala onda). Creo que el dolor es directamente proporcional a la lección que se debe aprender (al menos así debería ser, no?). 
5. Todos deberíamos darnos todo el beneficio de la duda. Si no nos saludó, a lo mejor no nos vio. Si no me ayudó, a lo mejor estaba distraíd@. Si no me consoló o escuchó, a lo mejor esa persona tiene un problema más grande. La vida sería más fácil, más amable y llevadera.
Me sorprendió en el relato del autor la crudeza de las instalaciones del máximo penal. El foco prendido 24/7, la ausencia de los sentimientos nobles, la nula compasión, la cero empatía con el prójimo, el gozo con el triunfo temporal del mal, del abuso, de la humillación ajena, de las vejaciones; me sorprendió la total impersonalización, la inexistente intimidad que todo ser humano requiere para mantenerse sano. 
Me impactó la constante del frío que pareciera ser a propósito– y de todo lo que "invita" a la persona a desquebrajarse, deprimirse, desintegrarse, dejarse morir o incluso a tomar esta decisión y hacerlo voluntariamente.
La familia, como en cada caso tan extremo, funge como el apoyo primordial. El amor todo lo puede, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Raúl –afortunadamente– tenía a sus hijos, a su esposa, amigos leales, y por supuesto, a sus hermanos y su papá (que falleció mientras él seguía encarcelado, ¿se imaginan no poder asistir al funeral de tu propio padre? ¡Me muero!). 
Yo creo que fue ese amor lo que lo sacó adelante. Por eso es tan importante la familia, estrechar lazos cuando podemos, mantener nuestras prioridades en el orden correcto; el trabajo está cañon, la vida social, los hobbies, y si se vive en la Ciudad de México, peor (las distancias no ayudan), pero hay que hacer lo posible por manternos unidos.
La cárcel es ridícula. ¿Readaptación? Parece broma. Yo diría que es el lugar perfecto para aprender a odiar y para enloquecer. Reglas ridículas, ajenas a toda lógica. Da asco. Espero en Dios jamás tener que pisar un lugar así, más que para hacer apostolado... y miren que nunca me ha llamado la atención. Me impresiona demasiado. El colmo fue que cuando lo trasladaron a otro penal, lo hicieron firmar una hoja diciendo que se iba "en perfecto estado físico y mental". No he oído cosa más irónica.
Otro mensaje que me deja el libro es ponernos siempre en el lugar del otro. A veces pensamos que es muy divertido o entretenido ver al otro sufrir, ver al vecino pasarla mal. "Karma" dicen unos, "'se lo busco" dicen otros, "que pague las consecuencias de sus actos". Yo digo "aprender a ver a Dios en todos". No digo que sea fácil (of course not); hay gente mala, hay gente mula, pero si pudiéramos ponernos en los zapatos del otro la pasaríamos mejor, disculparíamos más, es decir, le quitaríamos culpas al otro; sufriríamos menos y guardaríamos menos rencores. Esto lo digo porque Raúl dice sentirse en ocasiones como Keiko (la ballena de Reino Aventura)... ¿En qué momento se nos olvidó que era una persona, con sentimientos y emociones?
Me gustó mucho cómo está escrito el libro: con honestidad, sin morbo, con sinceridad, sin odios ni rencores, con bastantes frases sabias tomadas de distintos autores, como Viktor Frankl (el master que decía que "pueden quitarlo todo, menos la capacidad de decidir cómo reaccionar"), Guillén de Lampart, Blas Pascal, Jesús, entre otros.
Sobre ver a los seres queridos sufrir, me imagino que ha de ser lo peor. Los padres quieren ver a los hijos felices, por eso se aguantan las ganas de llorar, explotar. Raúl Salinas, durante 10 años, tuvo que ver a toda su familia sufrir. ¿Se imaginan el desgaste emocional? ¿El sentimiento de culpa? ¿La impotencia de ver que tus hijos, tu papá, tus hermanos, todos sufren "por tu culpa"? 
Claro que uno puede colaborar "fingiendo", pero hay sentimientos que sobrepasan la piel y se expresan sin tener que decir palabras. Obviamente hay un enorme sentido de gratitud, pero la culpa viene primero; el miedo a ser abandonado "justificadamente". Qué pesadilla :( 
Una imagen que tengo muy guardada fue cuando lo liberaron. Estaba con toda su familia, tomados de las manos. Bueno, pues el hijo (Juan José), mis respetos. Qué hombre tan luchón. "Por sus frutos los conoceréis". Él fue el que hizo el traslado de su padre posible.
Las páginas 157 y 159 son verderamente emotivas. 
Antes de aventarme jitomatasos o escribir que Raúl es un "mentiroso, manipulador, ratero" y los demás adjetivos que se le han adjudicado, dense un momento para pensar que este trato el que se da en el penal de máxima seguridad es simplemente inhumano. Y que NINGUNA persona sea quien sea merece estar tras las rejas hasta que se compruebe su culpabilidad. No es justo y no es correcto. 
La gente que usa el poder para salirse con la suya, para hacer de la justicia su brazo torcido, está podrida. Pero tampoco esa persona merece ser enjuiciada o juzgada por nosotros, después de todo, "hay un Dios" (aunque esté súper trillada esta frase, ¡es cierta!). 
Estoy convencida que la justicia llega, la verdad sale, todo cae por su propio peso. En algún momento. Tanto en la tierra como en los cielos (por aquello de que los malos se la pasan bien padre aquí; puede ser que sí durante un tiempo, pero no creo que para siempre).

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