miércoles, 19 de octubre de 2011

La libertad interior

****** Espero que este post los agarre cómodos porque me hipermegainspiré... pero el libro lo vale :) 
Si de tarea me hubieran dejado subrayar lo más importante de este libro, literalmente lo hubiera tenido que subrayar todo. De verdad no saben qué libro, es una joya. 
Hace no mucho tuve dirección espiritual. La verdad no quería ir, pero se me hizo una peladez cancelar un día antes, sobre todo porque la cita me la habían dado con 15 días de anticipación... como que no checaba, así que fui (porque dejar plantada a la Consa no es opción). 
Cuando llegué, mi manera de hablar y sentarme denotaba lo que sentía: tristeza, decepción, frustración. Mi queja era: “¡¡¿quéee ooonda con la gente?!! Es decepción tras decepción tras decepción tras decepción”... empezando por mí, claro está. Y así no me late jugar.
Mi principal reclamo, por ejemplo, es ¿cómo pude haber lastimado a una persona tan buena como Daniel?, ¿cómo puedo a veces ser tan egoísta?, ¿por qué en ocasiones siento que soy pésima hija, amiga, empleada? Y de ahí pa’rriba: ¿qué onda con esa amiga que me canceló un café –a los dos días de haber cortado con Roberto– porque (ella) “no podía hablar” (¡cuando yo lo que necesitaba era una oreja!)?, ¿qué onda con el niño que me escribe 21 días seguidos (los suficientes para crear un hábito) para después desaparecer por completo (en el puente, casualmente, pero eso me pasa por no preguntar si tiene novia, jaja), ¿qué onda con la persona que todo el día te dice que la invites a eventos y cuando lo haces, te rechaza todas las invitaciones?, ¿qué onda con las amigas a las que les echaste un choro de lo padre que sería que fueran “comadres” para que ni siquiera te compartan la noticia (hasta el mero día, obvio)?, ¿qué onda con la amiga que prefiere irse de shopping que estar en la boda de una de sus mejores amigas?, en fin. Supongo que todos tenemos causal de reclamo. 
Entonces llegué y expuse todas mis insatifacciones. Nadie se salvó de mi lista macabra. Después de una hora de orientación, salí MUCHO mejor de como entré (pero eso se queda entre la Consa y yo), con la tarea de leer “La libertad interior”, de Jacques Philippe. Y eso es lo que quiero compartir en este blog porque de verdad es una maravilla inspirada por el Espíritu Santo. 
Lo primero que debo decir es que el libro es un tratado sobre el dinamismo de las tres virtudes teologales, que quizá aprendimos de chiquitos, pero de las que quizá nunca comprendimos al 100% su trascendencia: la fe, la esperanza y la caridad (cuyos contrarios son la duda, la desconfianza y el pecado). 
Lo segundo que me llamó la atención es la absoluta realidad de lo ridículo que es que el hombre defienda su libertad (entendida como la capacidad de elegir de entre un abanico de posibilidades) en algunos aspectos, cuando lo más importante de la vida nos los es dado (sin preguntarnos): el sexo (hombre o mujer), la familia, el país donde nacemos, la primera lengua (o idioma). 
“Soñamos con la vida como si ésta fuese un inmenso supermercado en el que cada estante despliega un amplio surtido de posibilidades del que poder tomar –a placer y sin coacción– lo que nos gusta, y dejar lo demás... Recurriendo a una imagen de enorme actualidad, querríamos elegir nuestra vida como el que escoge una prenda de un grueso catálogo de venta por correo”. 
Pero ¡sorpresa!, porque cuantos más años vamos cumpliendo, menos son nuestras posibilidades de elegir. Tan sencillo como ver a un(a) ancianit@ al que le decimos a qué hora dormir y/o bañarse, qué pastillas tomarse, qué ropa usar. “¿Qué queda entonces de nuestra libertad si nuestra visión de ella es la 'de supermercado' descrita hace un momento?”. 
“Este falso concepto de libertad conlleva graves repercusiones sobre el comportamiento de los jóvenes hoy en día. Es muy significativa su actitud frente al matrimonio o a cualquier otro tipo de compromiso: las elecciones definitivas se retrasan, porque todas ellas se contemplan como una pérdida de libertad. Consecuencia: no se atreven a tomar decisiones, ¡con lo cual no viven! Y es la vida misma la que decide por ellos, porque el tiempo sigue pasando inexorablemente”. 
Lo siguiente entonces que propone el autor es que ser libre es también aceptar lo que no se ha elegido. ¡¿Quéeee dijo?! Me explico: “El hombre manifiesta la grandeza de su libertad cuando transforma la realidad, pero más aún cuando acoge confiadamente la realidad que le viene dada día tras día (...) Quien desea acceder a una verdadera libertad interior, debe entrenarse en la serena y gustosa aceptación de multitud de cosas que parecen ir en contra de su libertad. Aceptar sus limitaciones personales, su fragilidad, su impotencia, esta o aquella situación que la vida le impone, etc., algo que le cuesta mucho hacer, porque sentimos un rechazo espontáneo hacia las situaciones sobre las que no tenemos control. Pero la verdad es ésta: las situaciones que nos hacen crecer de verdad son precisamente aquellas que no dominamos”. 
Es decir, mi libertad (y por lo tanto mi serenidad, mi paz, mi tranquilidad) no pueden depender si de fulanito me habló o no, si fulanita me saludó o no. ¡Es ridículo! (pero muy común). Yo tengo la libertad de –sin importar dónde esté– ser dueña de mis sentimientos, pensamientos y emociones. Y no se trata de rebelarnos o resignarnos entonces a tal o cual situación... Dios no nos quiere mediocres, grises o poquiteros. Por algo decimos “a Dios rogando y con el mazo dando”. 
Como dice Jacques: “La diferencia decisiva entre la resignación y la aceptación radica en que en esta última (...) la actitud del corazón es muy distinta, pues en él anidan ya (...) las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad. Aceptar mis miserias, por ejemplo, es confiar en Dios, que me ha creado tal y como soy. Este acto de aceptación implica la existencia de fe en Dios, de confianza en Él y también de amor, pues confiar en alguien ya es amarle”. 
La parte que me encantó, y por lo cual no guardo ningún resentimiento a todas aquellas personas que figuraron en mi lista macabra, es que en este libro el autor me hizo ver que las imperfecciones de los otros y las decepciones que nos causan nos obligan a esforzarnos por amarlos con un amor verdadero y a establecer con ellos una relación que no se limite a la búsqueda inconsciente de satisfacer nuestras propias necesidades, sino que tienda a hacerse pura y desinteresada como el mismo amor divino: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. 
“Por otro lado, estos defectos nos ayudan también a no esperar del prójimo la felicidad, la plenitud o la realización que sólo podemos encontrar en Dios, quien nos invita a ‘enraizarnos’ en Él. A veces es tras una decepción en la relación con alguien de quien esperamos mucho (seguramente demasiado) como aprendemos a profundizar en la oración y en la intimidad con Dios, a esperar de Él esa plenitud, esa paz y esa seguridad que únicamente su amor infinito puede garantizarnos. Cuando los demás nos defraudan, nos hacen pasar de un amor 'idólatra' (un amor que espera demasiado) a un amor realista, libre, y por lo tanto, finalmente dichoso. El amor romántico siempre se verá amenazado por las decepciones; la caridad jamás, porque no busca su propio interés”. 
Después, el autor explica cómo Dios está tan cañón que puede sacar un bien del mal más terrible. Osea, de la jalada más cruel, de la traición más inesperada, Dios puede sacar un bien. “Hay que percatarnos de que, en realidad, el mal que proviene de los otros no me priva de nada, así que carezco de razones válidas para querelos mal”. Claro que alguien nos puede privar de algo física o materialmente hablando, “pero nadie puede quitarme lo esencial, el único bien verdadero y definitivo que es el amor que Dios me da y el que yo puedo darle, y el crecimiento que de él se derivará. Nadie será nunca capaz de privarme de la posibilidad de creer en Dios, de esperar en Él, de amarlo en todo lugar y circunstancia”. 
Entonces uno pensaría que la clave es embarrarnos hasta la conciencia de teflón para que todo se nos resbale, ¿no? Pues no. Lo que Jacques dice es que “es lógico que el mal que existe en torno de nosotros nos haga sufrir; no es cuestión de blindarse y vivir indiferente de todo (...) Pero el mal exterior sólo me hace daño si no me deja reaccionar bien, es decir, si reacciono con miedo, con inquietud, con desaliento, con tristeza; bajando los brazos y desasosegándome en busca de soluciones precipitadas que no arreglan nada; juzgando, alimentando rencores y amargura, negándome a perdonar (...) El mal no procede de las circunstancias externas; procede del modo en que reacciona nuestro interior”. 
Ya para este punto me daba oso mi orientación... 
Por que el autor sigue y dice que si el mal penetra en nuestro corazón es porque ha encontrado en él un lugar donde anidar, una complicidad. Esto denota únicamente que en el corazón no hay fe, no hay esperanza y no hay caridad. “Si, por el contrario, en nuestro corazón existe una confianza total en Dios, si el fin de nuesra vida no es la búsqueda de nosotros mismos (¡¡¡Biancaaaaa!!!), sino hacer la voluntad de Dios, amarla con todo el corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos, es imposible que el mal triunfe en nosotros. El sufrimiento, sí; pero no el mal”. 
Obvio esto no se da de la noche a la mañana porque tengamos muchas ganas. Requiere, desde luego, mucha disciplina y formación. “Si asumimos decididamente nuestra propia responsabilidad y aceptamos nuestra vida tal y como es, si ejercitamos en todo momento nuestra capacidad de creer, de esperar y de amar, si nos proponemos conquistarla, esta libertad nos será concedida progresivamente”. 
Otro punto que toca el libro es la clásica tendencia de los seres humanos a complicarnos (¡más!) la existencia. Y entonces cita la Biblia, donde dice: “a cada día le basta su contrariedad”. Lo que más o menos dice es que si nos la pasamos abrumados por nuestros errores del pasado, no le damos cabida al presente. Lo que debemos hacer es dejar todo en manos de Dios. Arrepentirnos, hacernos el propósito de mejorar y ¡¡neeeext!! No clavarnos, sino no podemos progresar, crecer, seguir adelante. 
El capítulo que me encantó fue el de “Vivir, y no esperar a vivir”. Lo que tenemos es el hoy y hay que sacarle el máximo provecho. “Esperamos confusamente el momento en que nos vaya mejor o en que las circunstancias sean diferentes y nos permitan vivir cosas más interesantes. Aunque por el momento no vivamos plenamente, más tarde (¡¿cuándo?!) ‘viviremos en serio’. Por supuesto que este tipo de espera, sea precisa o inconcreta, es totalmente legítima, pero comporta cierto peligro al que se debe estar atento; porque podemos pasar nuestra existencia no viviendo, sino esperando a vivir”. Y eso sí sería muy triste :( 
Sobre “la disponilidad hacia el otro”, es curioso: había una señora con la que tenía que tratar mucho en mi anterior trabajo, ¡y me chocaba! porque –aunque me caía muy bien– siempre tenía prisa, parecía que su hobby era tener cada día más y más y más actividades. La verdad es que me abrió los ojos (porque lo que nos choca, nos checa) y desde entonces quiero parecerme menos a ella y más a personas como Michel Domit, que con una agenda complicadísima, pareciera que no tiene nada que hacer más que escucharte. Lo que dice el libro es que no es una simple cuestión de cortesía, sino una verdadera disponibilidad del corazón. 
“Esto es algo que cuesta mucho, porque tenemos un fuerte instinto de propiedad en lo relativo al tiempo, y el hecho de no poder dominarlo a nuestro antojo crea en nosotros cierta inseguridad. Pero el amor auténtico tiene este precio. Si Jesús nos pide que no nos dejemos inquietar, lo hace lleno de compasión y ternura, y sobre todo con el fin de salvaguardar la calidad de nuestras relaciones: un corazón habitado por la inquietud y la preocupación no se encuentra disponible para nadie y es incapaz de hacer de cada encuentro un momento de verdadera comunión del que el corazón salga contento”. 
Por otro lado, me gustó que el autor dice que para amar a Dios no necesitamos de tantas “prácticas cuadradas”, por así llamarlas. “Ser cristiano es, ante todo, creer en Dios, esperarlo todo de él y querer amarle a Él y al prójimo de todo corazón. Todos los demás aspectos de la vida cristiana no persiguen más que un solo fin: aumentar la fe, la esperanza y la caridad. Si no es éste su resultado, no sirven absolutamente para nada”. Es como mi papá, que antes decía (como pretexto, claro está) que no iba a misa porque en el Vips le tocaba escuchar –a todas las señoras que venían de la iglesia– ‘desayunarse’ a todo Culiacán. ¿De qué les servía ser tan “fervientes” pregúntome yo? 
CDT. Han de saber que en las bodas AMO que casi todos los novios escogen la primera carta de San Pablo a los Corintios, la del amor. Es mi favorita. En la universidad me la quise aprender de memoria para recitarla como poesía (uno nunca sabe en qué momentos podemos sacar a relucir nuestros talentos), pero justo: el mío no es la declamada... si acaso bailar. Pero bueno, la cosa es que en esta lectura se confirma que el amor es más trascendente que la fe y la esperanza (con todo respeto para ambas). 
La fe y la esperanza son provisionales, sólo para este mundo, y enseguida pasarán: en el cielo, la fe será reemplazada por la visión, la esperanza por la posesión; sólo el amor no pasará jamás: nada reemplazará a la caridad porque ésta es el fin”. 
PEEEERRROOOO “el amor no puede existir sin sus ‘siervas’, que son la fe y la esperanza; la caridad tiene una total necesidad de ellas para crecer y desarrollarse (...) Si estamos atentos a lo que ocurre en nosotros, nos daremos cuenta de que, cuando el amor se enfría o deja de crecer, a menudo se debe a que nuestros anhelos, nuestros miedos, nuestras inquietudes y nuestro desánimo lo están ahogando”. 
De verdad no es mi intensión que este post sea un copy+paste del libro, pero siento que debo explicar sus conceptos en sus palabras... porque no encuentro otra forma mejor de transmitir lo que a mí tanto me sirvió. 
Entonces me sigo con algo que me recordó a sensei Domit (ya tengo 3 senseis en mi vida, jejeje). Jacques explica que cuando perdemos la esperanza, bajamos los brazos y nos sentimos de la patada. Para ver –nuevamente– el lado amable de la vida, la clave es llenarnos de esperanza, y esto se logra con una voluntad fuerte y dispuesta “que necesita verse alimentada por el deseo. Y ese deseo no puede ser poderoso si lo que se desea no se percibe como posible y accesible; porque, si nos representamos algo como inaccesible, dejamos de desearlo y quererlo con fuerza (...) Cuando la voluntad desfallece, para volver a despertarla se necesita una labor de 'remodelación' de nuestras representaciones que nos permita percibir de nuevo lo que queremos como accesible y deseable. La esperanza es la virtud que pone en práctica esa remodelación”. 
Una frase que me encantó fue la de “De Dios obtenemos tanto como esperamos”. Por eso es importante recalcar que Dios no nos da según nuestras cualidades o nuestros méritos, sino según nuestra esperanza. Dicen, por ejemplo, que la Madre Teresa sufrió de sequedad espiritual durante los últimos años de su vida justo por esto: porque Dios le permitió ver que no era por sus obras que la quería, sino que porque la quería, ella era capaz de hacer esas obras. Es decir, no porque yo siga todas las leyes me voy a salvar; el amor de Dios es gratuito, libre, ilimitado. Si lo metemos en la cajita de las normas, pues no checa... Es ilógico, contradictorio. 
Otra de mis partes favoritas del libro es cuando explica que nosotros no somos la suma de nuestros talentos. “Hay que estar atentos al peligro de confundir el ser con el hacer, identificando a la persona con el conjunto de sus talentos o aptitudes. Porque ¿somos solamente eso? ¿Y si pierdo mis facultades? ¿Si soy el mejor futbolista del mundo y acabo en una silla de ruedas? ¿Si me conozco al dedillo toda la literatura francesa y pierdo la memoria a raíz de un accidente? ¿Qué seré yo entonces...?” ¡¡¿A poco no nos pone a pensar?!! 
Y sigue: “Cada persona posee un valor y una dignidad únicas, independientes de su ‘saber hacer’. Si no se percibe así, existe el grave peligro de, frente a un fracaso, caer en una profunda ‘crisis existencial’; o de mantener respecto a los demás una actitud de menosprecio cuando nos topemos con sus limitaciones o con su falta de capacidad”. ¿A poco no les pasa a muchos retirados? Como que pierden su identidad porque se confundieron y creyeron que su “hacer” era su “ser”, y no. Y esto aplica para bien y para mal. No porque una persona fue muy “pecadora” en el pasado, quiere decir que se va a morir así. Nope. ¡Puede cambiar! Si quiere, obvio. Así como una persona que fue súper santa en el pasado también puede cambiar para mal. 
Honestamente puedo seguir y seguir, el libro es un must para luchar contra el orgullo, la vanidad, la autosuficiencia, la dureza del corazón. Habla sobre cómo Dios nos ama como somos, ¿y entonces cómo por qué nosotros no nos aceptamos tal cual (y al prójimo también)? Y explica que, si nuestro tesoro está en Dios, seremos totalmente libres porque nadie nos puede arrebatar eso. Si nuestro tesoro está en el trabajo, en el dinero, en la salud, en el reconocimiento, en las cosas materiales, pues buena suerte... porque eso no dura para toda la vida, y aunque lo hiciera, estaríamos todo el tiempo con el miedo al fracaso, al qué dirán o a perderlo todo (en un robo, un incendio, una crisis, etc.) Mientras que Dios... él sí no se raja.
Finalmente, hace tiempo tuve un novio que era una fichita (diría mi mamá) y siento que el peligro era que todo el tiempo decía que “no tenía nada que perder”. Entonces literal se agarraba a trancazos en el antro “porque no tenía nada que perder” o iba por la vida ponchando llantas, rayando carros y haciendo tontería y media “porque no tenía nada que perder”. Bueno, pues ese es el caso negativo de esta frase, pero lo que propone el autor es que no tengamos miedo de perder nada aquí (en este mundo) y tratar de que toda nuestra confianza esté depositada en lo único seguro: Dios. Sólo así vamos a ser 100% libres. Dios nos da la libertad, no la quita. Y de hecho en el libro pone el ejemplo de muchísimos presos, que en la cárcel se dan cuenta de que, si bien su cuerpo está acorralado, su alma les pertenece. Aquí la onda es que la lleven por buen camino... 
Ya ahora sí, para terminar, escogí esta frase que explica una de las bienaventuranzas (otra constante del libro, que agradezco, porque la verdad no es como que ya las había comprendido a plenitud): “La pobreza espiritual, la absoluta dependencia de Dios y de Su misericordia, es la condición para la libertad interior”. Como dijo MJ: This is it. 

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