martes, 6 de septiembre de 2011

Incendios

Me advirtieron que iba a llorar, pero ¡milagro! no fue así porque no sentí que fuera una historia triste, sino MUY fuerte porque abarca temas como la guerra, el primer amor, la primera decepción, la violación, la tortura y la muerte. 
“Incendios” es parte de una tetralogía de Wajdi Mouawad, que habla sobre los gemelos Julia y Simón, hijos de Nawal, quien durante los últimos años de su vida (cinco) decide no pronunciar palabra. Al morir, deja en su testamento su última voluntad: que Julia busque a su padre (que creían muerto) y que Simón busque a su hermano (el cual no sabían ni que existía). Poco a poco, durante dos horas y media, los hermanos –con la ayuda de un abogado y otras personas– van encontrando la verdad sobre la vida de su madre. 
Mis respetos para los actores, puro desconocido que neta actúa, todos se súper meten en su papel. Me imagino que han de acabar muertos porque es una obra muy desgastante (físicamente hablando), ya que lloran, se enojan... es una explosión constante de sentimientos. 
Más allá de resumir la obra, que vale la pena ver, quisiera compartir los tres puntos que más me llamaron la atención: 1) lo elemental que resulta en esta vida NO JUZGAR, 2) el silencio y 3) la verdad. 
En el primer punto, la verdad yo de santa no tengo ni la “s”, pero criticar se me hace uno de los actos más bajos del ser humano. No digo la crítica constructiva que te ayuda a mejorar o que si te hacen una jalada en el trabajo, te desahogues con tu mamá... ¡Eso es humano! Pero andar de hipócrita saludando gente que cuando nos volteamos “nos acabamos” con el otro, pues no me late. O eso de andarle encontrando siempre los defectos a los demás y contándoselos a medio mundo, pues tampoco checa... 
Esto viene a colación porque creo que tiene mucho que ver con el juicio que muchas veces hacemos sobre los demás. Me acuerdo, por ejemplo, que la gente decía que Yuridia (la de La Academia) “se creía muchísimo” porque nunca saludaba a los reporteros y tal. Yo lo que creo es que a la chava ¡¡le daba el peor oso!! Yo creo que ni ella se creía que era tan famosa, y luego súmenle que estaba medio gordis y nunca fue las más popular de su escuela... O yo, por ejemplo, trato de contestar el teléfono de buena gana y mostrarme servicial, pero si estoy en cierre y tengo que hacer 50 cambios a mis páginas, pues la verdad es que mi paciencia se reduce a menos de la mitad, y no quiere decir que sea una pelada... ¡¡¡es que tengo prisa!!! 
Igual y mis ejemplos están medio chafas, pero pensemos, por ejemplo, en una chava que no se lleva con su padrastro. Uno la puede juzgar de “mala hija”, de egoísta porque no quiere que su mamá “rehaga” su vida, de caprichosa porque no la lleva bien y el ambiente en la familia no es el óptimo, en fin. ¿Qué pasaría si un día nos enteráramos que el padrastro abusaba de ella cuando era chica? ¡Ah, verdad! Todo cambiaría y entonces entenderíamos por qué las Navidades las prefiere pasar en otro lado, etc. Entonces, como no sabemos la verdad de la gente, lo mejor es no juzgar. Creo que tenemos que aprender a pensar bien de la gente, a dis-culparla, osea “quitarle culpas”. Que si me hizo jeta, que si me gritó, que si no me saludó, ¡¡pues a lo mejor se siente mal, está de malas, cortó con el novio o ni me vio!! Hay que pensar bien. No tomar las cosas personales. No juzgar. La vida se haría mucho más fácil y amable. 
El segundo punto es sobre el silencio, que en esta obra resulta muy importante porque la mamá de los gemelos decide guardar completo silencio durante cinco años, lo cual los trastorna. Honestamente yo sólo hago mutis cuando pasan tres cosas: cuando estoy MUUUUUY enojada (y no tengo la confianza de desahogarme), cuando estoy MUUUUUY cansada o MUUUUUY concentrada. Usualmente soy una persona bastante alegre y parlanchina (ja!), así que cuando de repente amanezco cansada y no hablo, la gente se alarma: mi mamá ya cree que me pasó algo realmente malo o mi ex creía que estaba tramando algo. Bueno, ahora que lo pienso, creo que hay una cuarta situación en la que no hablo: cuando no tengo nada que decir ni a favor ni en contra de lo que se esté hablando... digamos que es un “silencio valemadrista”. 
Independientemente de eso, me acuerdo la primera vez que me fui –ya de grande– a un retiro de silencio de tres días. ¡¡Yo pensé que no iba a poder, que me iba a morir en el intento!! Y no. Fluí bastante bien :) Gracias a esas experiencias (porque he ido a varios), siento que soy más dueña de mis sentimientos, de mí misma. Antes, si me pasaba algo bueno tenía la NECESIDAD de platicárselo a alguien. Igual si me pasaba algo sumamente malo o triste. Ya no. Claro que si sale en una conversación, lo platico; pero ya no siento que si no lo cuento “me voy a ahogar”. Creo que el silencio es un gran amigo si lo sabemos aprovechar, si es un silencio positivo que nos ayuda a reflexionar, a potenciar la comunicación intrapersonal. También en el sentido del dicho (“calladit@ me veo más bonit@”), creo que si no tenemos nada que aportar, es mejor no decir nada. Y no hablo del silencio valemadrista, sino del silencio de la paz, la armonía y la tranquilidad (de no ir contagiando nuestro veneno sin ton ni son a todo mundo). Es distinto. 
Finalmente (porque ya me inspiré, again!!!) la obra casi que termina con una frase que dice: “hay verdades que no pueden ser dichas, sino que deben ser reveladas”. Me hizo acordarme de mi papá. El día que corté, le llamé para contarle y cuando le dije que este guey me había puesto el cuerno, espetó: “¡Dios sabe que yo ya sabía, pero no te podía decir, yo no podía ser el que te metiera la duda! Tú tenías que darte cuenta sola”. Y bueno, me tardé un año, pero me di cuenta :) 
A lo que voy es que siento que si la gente nos dijera “la verdad” todo el tiempo, esta vida sería o muy padre o muy desesperanzadora. Yo creo que la magia es ir descubriendo poco a poco, aprender de cada experiencia, de cada “error”, ilusionarnos con el amor, sentir miedo ante lo nuevo. Por que de eso se trata la vida. Nada es seguro, pero si confiamos y vivimos con amor, y tomamos todas nuestras decisiones basadas en el amor, seguro la verdad que descubramos será bienvenida, aunque duela, pero ya habremos recorrido un camino de “preparación”. Como cuando nos enteramos que Santa no existe... No nos traumamos taaaaanto porque “ya estamos grandes” (tan no nos traumamos, que repetimos la historia con los hijos). 
En la obra, Nawal decide callar porque la verdad ¡¡es espeluznante!! Más allá de hacerles un favor a sus hijos, los iba a mega hiper traumar. Entonces, muy listamente, hace que ellos mismos la descubran (la verdad) poco a poco. Y es un final padrísimo porque los reclamos se vuelven perdón, las heridas se cicatrizan, dis-culpan a su mamá (le quitan culpas por su silencio, su forma de referirse a ellos). Es un final feliz a una historia MUY dramática. ¡Aplausos a todos los involucrados! 
Por cierto, como no es la típica obra, ni el típico lugar (el Foro Shakespeare), el público tampoco es muy común, es como más “alternativo”. Así que todos nos portamos MUY respetuosos. Lástima por una señora a la que –que cinco minutos antes de que acabara la obra– le sonó el celular porque de verdad me rayó que todo el mundo súper metido en la trama :) 

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